11 de Diciembre del 2025
El 29 de enero de 2023 alrededor de las 23:50 horas, la víctima de 39 años se encontraba en su habitación sobre el segundo piso, lista para dormir junto a su bebé de solo un año de edad, cuando se percató de unos ruidos extraños que provenían cerca de la casa.
En un principio pensó que se trataba de algún vecino que movía muebles o alguna actividad demasiado estrepitosa, por lo que decidió preguntar en el grupo de WhatsApp de los colonos. Todos indicaron que no realizaban ninguna actividad y que no habían escuchado tales ruidos, por lo que un temor la cubrió y pidió estar atentos a cualquier situación en caso de que se tratase de otra cosa.
En ese momento, solo un foco iluminaba el pasillo, la sala, la cocina y el silencio que abría camino a los pasos que se acercaban a su habitación protegida solo por una manta —sin cerraduras ni puerta— el invasor recorría el pasillo, las escaleras y en un suspiro se encontraba a un costado.
“Vengo armado, no grites”, le advirtió a su víctima, la cual se aferraba a su bebé, quien en un sobresalto comenzó a llorar, advirtiendo la desgracia que les provenía.
Observó como una chamarra azul caía junto al ziper del pantalón de su agresor; el llanto de la bebé alteró a quien le repitió: “Te dije que vengo armado, la callas o le disparo”.
“No le hagas daño” suplicó y le pidió oportunidad para darle su mamila y calmarla, sin embargo, el sujeto le ordenó amamantarla. Ella le explicó que no producía leche por eso necesitaba pararse y darle su biberón.
“¿No me reconoces?”, la cuestionó y la llamó por su nombre. Ella más preocupada por su hija que por saber quién era, le contestó que no y que no recordaba haberle hecho algo.
El agresor le confesó ser menor y que siempre le había atraído. Fue en ese momento que supo lo que sucedería.
Cuando vio caer el pantalón de su agresor, observó una mariconera donde momentos antes aseguró tener un arma, y con la que amenazó disparar en el cuerpo de su hija, si no cooperaba. Con tal de que no le hiciera daño a su bebé, no mostró resistencia, con su bebé aún brazos, abusó sexualmente de ella.
Para tratar de evitar que siguiera el abuso, pidió que le dejara ir al baño, pero no sucedió.
En un instante, alguien llamó a la puerta. Un silencio eterno detuvo la agresión. Se trataba de un vecino que sólo se acercó a preguntar si estaba bien tras el mensaje que había enviado momentos antes.
Su agresor le pidió que se asomara y le respondiera que todo estaba bien, y aunque así lo hizo, aprovechó para salir corriendo de su casa, con su bebé en brazos y con la ropa interior entre las piernas.
La víctima fue auxiliada por la comunidad al notar su condición, mientras que el agresor intentó huir del sitio, pero fue interceptado por los mismos vecinos que lo reconocieron al instante.
El caso fue denunciado ante las autoridades, y mediante la investigación se comprobó que había ADN de su agresor en el cuerpo de la víctima que coincidía con la persona identificada por los vecinos.
El sujeto, que sí era menor que la víctima, fue sentenciado a siete años de prisión y se le impuso una multa de 700 Umas, es decir, un total de 6 mil 735.40 pesos como parte de reparación del daño. Incluso, el juez dictó, si la víctima lo deseaba, una disculpa pública y fue obligado a llevar talleres de salud mental con perspectiva de género.
Ella, además de reparación del daño, fue atendida por profesionistas en salud mental, quienes además de dar veracidad a los hechos investigados, atendieron el trauma y las lesiones que le ocasionó su agresor, quien aún permanece en prisión sin oportunidad de salir antes.