28 de Marzo del 2024
El descubrimiento de los antibióticos fue una de las mayores victorias médicas del siglo XX que redujo significativamente las mortalidades asociadas con las infecciones. Desde entonces, se han descubierto varios compuestos antimicrobianos novedosos y se han desarrollado muchos medicamentos para controlar las bacterias.
Hoy en día, el tratamiento de las infecciones bacterianas se ha convertido nuevamente en un desafío formidable debido al rápido desarrollo de resistencia a múltiples fármacos (MDR) en los microorganismos (Van-Boeckel et al., 2015).
Agencias como la Organización Mundial de la Salud (OMS) están preocupadas por esta tendencia significativa que se ha convertido en un problema desafían te para la comunidad médica en todo el mundo. A pesar de los notables avances de la medicina y las ciencias modernas, la eficacia de los antibióticos está disminuyendo debido a la aparición de diversos mecanismos de resistencia, lo que supone un problema grave para los antibióticos de primera línea (WHO, 2021).
La cuestión de la resistencia a los antibióticos en los microorganismos es compleja y está causada por diversas prácticas humanas en diferentes sectores. Existe un vínculo significativo entre el uso indiscriminado de los antibióticos en la medicina humana y veterinaria, la ganadería, la agricultura, el medio ambiente y la industria alimentaria, y la aparición de resistencia a los antibióticos en los microorganismos (Acar & Moulin, 2012). Para mitigar la resistencia microbiana a los antibióticos, se requiere una estrategia multidisciplinaria coordinada (CDC, 2004).
La OMS ha emitido recomendaciones integrales para abordar el problema de las bacterias resistentes a los antibióticos, que incluyen promover el uso prudente de antimicrobianos en humanos, agricultura y animales destinados al consumo (OMS, 2011). Además, para desarrollar nuevos antibióticos, es necesario descubrir y probar nuevas clases de compuestos para determinar su eficacia antimicrobiana contra patógenos. Históricamente, la mayoría de los antibióticos se derivan de compuestos naturales. En estas circunstancias, existe una necesidad creciente de identificar alternativas a los antibióticos en la prevención y el tratamiento de infecciones microbianas.
Uno de esos enfoques es la utilización de compuestos obtenidos de plantas que tienen el potencial de usarse como alternativa o complemento a los antibióticos. Los compuestos de origen vegetal representan una fuente sin explotar de antimicrobianos seguros, eficaces y respetuosos con el medio ambiente. Además, los compuestos vegetales se han empleado en medicina complementaria y herbaria para tratar diversas enfermedades.
Se ha documentado la actividad antimicrobiana de varios compuestos de origen vegetal como alcaloides, terpenoides, taninos, esteroides, cumarinas y flavonoides (Jubair et al., 2021), además, se han identificado compuestos específicos como transcinamaldehído, timol, carvacrol, eugenol, vainillina, ácido hibiscus, geraniol, propóleo, entre otros.
La principal ventaja de utilizar antimicrobianos de origen vegetal con fines medicinales es que no presentan ningún efecto secundario asocia[1]do a menudo con antibióticos sintéticos. Además, hasta el momento no se han documentado informes de resistencia de las bacterias hacia estos compuestos provenientes de plantas, probablemente debido a sus múltiples mecanismos de acción, que impiden el desarrollo de microorganismos resistentes (Lewis & Ausubel, 2017).
Debido a su naturaleza no tóxica, su bajo costo y su importante eficacia antimicrobiana, varios compuestos vegetales se utilizan como suplementos alimentarios para el ganado y los animales destinados a la alimentación, como desinfectantes en la industria alimentaria, como antisépticos en la medicina veterinaria y como fuente de nuevos fármacos.
Por lo tanto, la utilización de antimicrobianos derivados de plantas presenta una vía prometedora para combatir la resistencia bacteriana a los medicamentos y abordar la amenaza global que plantea esta problemática.